Son muchos los que han preguntado por el devenir de Fernán tras separarse de Pedro Cabrón. En esta página comenzaremos a publicar algunas de sus aventuras. Las historias aquí contadas pueden hacer referencias a las acontecidas en "Llamadme Cabrón" y "Lanza y oro", pero son narraciones independientes que en nada varían lo ya contado en ambos libros. Igualmente, no se desvelará nada de lo acontecido en ellos.
I
1488
Arguim
El
viento azotaba las velas y la nave se movía al vaivén de las olas. Paseé la
mirada por la cubierta y vi rostros curtidos que rezaban atenazados por el
miedo, pues el mar es madre del marino e, igual que arrulla unas veces, castiga
los pecados otras muchas. Y aquel día Dios Nuestro Señor parecía dispuesto a
castigar los nuestros haciéndonos zozobrar frente a Arguim. La costa se mostraba desafiante,
recortada en el cielo de la mañana aparecía grisácea cada vez que La Gitana se
alzaba sobre las olas.
-¡Maldita
la hora en que decidisteis salir, Fernán! -me aferré al timón, ayudando a Jácome para mantenerlo firme.
-Era
necesario –respondí –Debíamos adelantarnos al resto para realizar esta empresa.
-Voto
a Dios, Fernán, que la locura de Pedro Cabrón sigue viva en vos.
Mi
risa fue acallada por el ruido de los truenos y la conversación interrumpida
por el fuerte viento que acompañaba la tormenta. Temí por el velamen, pero ya
era tarde para recoger el aparejo y los hombres se acurrucaban en las bancadas
incapaces de avanzar por una cubierta barrida por la lluvia y el mar. Un trueno
iluminó el cielo a través de la vela mayor, rasgada por el viento. Maldecí por
haberme aventurado a lanzarme al mar y recé por llegar a la costa. Pero los
rumores habían sido claros: Pedro volvía a la ciudad la mañana siguiente a
nuestra partida. Yo había combatido a su lado, peleado y matado; junto a él me
había transformado en el hombre que fui y ahora, que Dios había abierto mis
ojos, no deseaba volver a cruzarme con su mirada. Pedro me odiaba por haberlo
abandonado, y yo le odiaba por haberme arrastrado a sus infiernos.
Ahora
el odio a Pedro cubrió la verdadera razón de nuestra partida, pues la misión
que nos llevaba a Arguim debía mantenerse en el mayor secreto. Recordé la tarde,
tres semanas atrás, en la que Rodrigo me mandó llamar; partí de inmediato y
cabalgué hasta encontrarnos cerca de Chiclana, en un recodo del río que se
adentraba hasta la sombra de Medina. Entre árboles, el Ponce de León me entregó
una misiva que ahora guardaba bajo mi jubón, a salvo de miradas indiscretas.
Una sola vez leí las palabras en ella contenidas, y en esa única vez entendí la
importancia de los negocios que nos obligaban a navegar bajo la ira de Nuestro
Señor. O, tal vez, Dios todo poderoso, protegiendo los intereses de su más fiel
servidora, la reina Isabel, ocultaba nuestra travesía a los ojos de los vigías.
Un nuevo relámpago iluminó la noche y la sombra de una fortaleza se dibujó en
el horizonte. Jorge buscó mi mirada y sonrió tranquilo al descubrir nuestro
destino; algunos hombres alzaron la cabeza, esperando un nuevo rayo que
iluminase la costa para asegurarse de la presencia de la torre.
-Capitán
-aún me resultaba extraño ser nombrado así-, la maniobra será compleja si desea
arribar en este momento. Sería mejor navegar más al sur, allí encontraremos
playas de finas arenas en las que podremos varar; pues me temo, señor, que el
puerto portugués estará cerrado para nosotros.
-Y
no erráis, mi buen Jácome –mi carcajada sobresaltó a los soldados más cercanos
al timón, que se alzaron para intentar descubrir que había motivado mi risa-.
Los portugueses no esperan nuestra llegada y, en caso de esperarla nos
recibirán con salvas de cañones y no con los brazos abiertos en señal de buena
voluntad. Tenéis razón, seguiremos hacía el sur pues hay quien si nos espera en
las playas de las que habláis.
Y
así fue. Jácome me recordó porque lo había puesto frente al timón de la Gitana
que, pese a las olas que elevaban la embarcación, surcó el mar bajo las murallas
portuguesas para adentrarse en una pequeña cala al sur de la ciudad. Al abrigo
de las rocas, el mar se tranquilizó y el baile de la fusta se hizo rítmico y
pausado hasta detener su avance. Los hombre corrieron para lanzar el ancla y
las chalupas fueron descendidas.
Remamos
hasta la orilla y descendimos en silencio mientras el sol comenzaba a mostrar
su reflejo al este e iluminaba los daños sufridos por La Gitana durante la
tormenta, que parecía remitir con la llegada del día. Busqué por la playa a
aquellos que sabían esperaban, y los encontré refugiados en una pequeña
cueva. Diego me esperaba junto a una
pequeña hoguera, se levantó y me ofreció la mano.
-Es
bueno veros, Fernán -dijo estrechando mi mano entre la suya- descargar durante
el día de hoy, nadie nos molestará. Y a la tarde partiremos a Arguim, una
pequeña puerta se abrirá para nosotros, el resto deberá esperar fuera de las
murallas mientras cerramos los negocios que os traen hasta el reino de Fez.
Asentí
mientras en la playa mis hombres comenzaban a depositar los arcones de madera,
cerrados con un gran candado cuya llave reposaba sobre mi pecho, que nos habían
llevado a cruzar el infierno.
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